A diario, nuestro organismo está expuesto a numerosas amenazas del exterior. Es algo bastante habitual enfermar por virus o bacterias, que al final se nos meten dentro a través del aire, los alimentos o incluso el simple contacto con cualquier superficie. La experiencia que estamos viviendo con la pandemia del Covid-19 nos está demostrando que estamos muy expuestos a cualquiera de estas amenazas, y aunque nuestro sistema inmunológico nos protege en la medida de lo posible, a veces no tenemos tantas defensas como para luchar contra este tipo de infecciones, porque además, vienen ocultas, como caballos de Troya, en algunos de los alimentos que consumimos habitualmente. Es por eso que es tan complicado controlarlas y evitar que nos infectemos.

De entre las bacterias que suelen hacer estragos en nuestro cuerpo destaca una especialmente compleja y peligrosa, la Listeria monocytogenes, conocida popularmente solo como listeria. Esta bacteria es la causante de la enfermedad que también se deriva de su nombre, la listeriosis, que afecta a los seres humanos después de inferior alimentos que estaban “contaminados” con esta bacteria. Esa infección se puede complicar si no se trata adecuadamente, así que hemos de estar muy atento a todo lo que comemos, ya que la manera habitual de contraer esta bacteria en nuestro cuerpo son los alimentos que ingerimos. Vamos a conocer mucho más sobre la listeria y todo lo que deriva de ella en este artículo, para tomar las precauciones pertinentes a la hora de enfrentarnos a los problemas que nos pueda provocar.

¿Qué es la listeria?

Técnicamente, la listeria o Listeria monocytogenes por su nombre científico, es una bacteria que se encuentra habitualmente en animales salvajes e incluso domésticos, así como en el agua y otras superficies. Es una de tantas bacterias que sobreviven en los cuerpos del os seres vivos, y que se pueden transmitir de unos a otros a través de la carne, la leche, etc… La listeriosis es la enfermedad que se deriva de la infección por esta bacteria, cuando nos afecta directamente al organismo, que no tiene defensas para luchar contra ella. En muchas ocasiones, la enfermedad también se conoce popularmente como listeria, aunque su nombre correcto es listerioris. Sea como fuera, es una infección que puede llegar a provocar problemas graves en aquellos que la sufren, como inflamación intestinal, fiebres y náuseas, así que hemos de extremar las preocupaciones par ano infectarnos.

 

Síntomas de la bacteria listeria

La listeriosis puede aparecer unos días después de haber consumido los alimentos que estaban infectados por esta bacteria, así que es habitual que no nos demos cuenta de ello hasta que los primeros síntomas aparecen, dos o tres días después, aunque en algunos casos, como en bebés y niños pequeños, el problema puede aparecer incluso un par de meses después de haber comido los alimentos infectados. La listeria, como otros microbios y bacterias, suele provocar fiebre, náuseas y diarrea en muchos casos, aunque es cierto que estos síntomas también pueden cambiar mucho dependiendo de la persona que los sufra. Si la bacteria se proponga más allá de nuestro intestino puede empezar a afectarnos de muchas otras formas diferentes, con dolor de cabeza, rigidez en el cuello e incluso convulsiones, en los casos más agresivos, si no hemos acudido anteriormente al médico para revisar qué nos pasa.

En el caso de las mujeres embarazadas, la listeria puede ser incluso más grave, ya que en ocasiones, la listeriosis ha supuesto el punto de partida para un aborto espontáneo, por no haberse tratado antes. El problema es que los síntomas de listeria en mujeres embarazadas son muy leves, como si nunca fuera invasiva, y de hecho se pueden confundir con los del propio embarazo, porque lo que hay que tener mucho cuidado a la hora de tomar ciertos alimentos que sabemos que pueden provocarnos este tipo de infecciones. La leche y sus derivados son especialmente sospechosos, sobre todo en ciertos casos particulares, de poder traer listeria en ellos, así que tomaremos todas las precauciones posibles para evitar que esta infección nos llegue.

 

¿Cómo se transmite la bacteria listeria?

Hay muchas formas para poder contagiarse de listeria, pero es cierto que la manera más habitual es a través de alimentos derivados de los animales, tanto carne como sobre todo leche y productos lácteos, que suelen ser un caldo de cultivo perfecto para estos microbios y otros tantos. Nuestro sistema digestivo, acostumbrado a tomar ya esos alimentos desde pequeños, suele desarrollar unas defensas contra los microorganismos que nos puedan afectar, pero está claro que a veces esas defensas no son suficientes para frenar la invasión de la bacteria en cuestión, en este caso la listeria. Como decíamos arriba, pueden pasar días, e incluso semanas, antes de que la bacteria se muestre como una infección  y comiencen los primeros síntomas, así que hay que extremarlas precauciones en todos los casos.

 

Tratamientos

Lo primero que debemos hacer es intentar prevenir la aparición o la permanencia de la listeria en los alimentos. Una de las formas más sencillas de hacerlo es a través de la cocina, sobre todo hirviendo tanto alimentos sólidos como líquidos, para que así la listeria muera y desaparezca, ya que lo hace ante temperaturas altas. Si aun así hemos tomado un alimento infecto con listeria y empezamos a sentir los síntomas, es importante acudir rápidamente al médico, para poder tratarnos adecuadamente. En realidad, los primeros síntomas no son tan sospechosos sobre la listeriosis, así que la única manera de saber si estamos realmente infectados o no son los análisis.

Una vez tengamos dichos análisis, que sí que muestran a las claras si hemos consumido alimentos con listeria, y si tenemos la infección en nuestro cuerpo, lo habitual es que se nos mande un tratamiento típico de antibióticos, con la función de rebajar la fiebre, el más habitual de los síntomas de esta enfermedad, y acabar igualmente con la propia listeria. La situación se puede llegar a complicar si la bacteria se ha extendido más allá de nuestro sistema digestivo, y está afectando a otras partes del cuerpo, como la médula, el sistema respiratorio o incluso el cerebro. En este caso, el tratamiento suele ser mucho más agresivo, para eliminar la bacteria antes de que nos afecte más.